jueves, 6 de octubre de 2011

Una frase en latín.


Se sienta como quien nunca ha alcanzado el descaso  ninguna vez anterior con ese simple estimulo del cuerpo al estar flexionado el tronco del cuerpo y las rodillas, para conseguir con ello que la espalda se recargue sobre el respaldo de ese objeto al que determinan silla. Se infla su pecho, retrocede como el corazón en su sístole y diástole, reflejo singular del funcionamiento del aparato respiratorio en su aparición física, como todo lo que sucede incluso en el despegamiento y mudanza de epidermis escamosa. Los orificios de la nariz se abren al paso del dióxido de carbono reciclado una y mil veces en narices ajenas, una vez cada tanto, por el producto de la lengua en su retracción se escucha un ligero quejido que bien puede someter el equilibrio nervioso del oído más agudo.
Luego así como si el mismo universo volviera a contraerse en ese estado frágil y corriente del cuerpo, el orificio que en medio de él se asoma para emitir lo que la materia carnosa que piensa descubre del fenómeno que se le aparece, me dice de una manera muy retraída la conformación de las letras hache, o, ele y a, en una palabra adoptada para saludar en estos tiempos tan modernos.
Pasan una o cuatrocientos mil palabras algunas en su traducción en otros idiomas, después de un largo periodo de lo que denominan como cantidad o suma de tiempo, vuelve el sujeto a dirigirme en su lenguaje extraviado en imperfecciones una palabra, ahora con sus globos oculares posados sobre la presencia etérea tangible que soy, esta ante sus pupilas tan impuramente evolucionadas.
No poseo la capacidad de sorprenderme, porque ordinariamente no desperdicio tan burdamente energía y por qué por la parte más favorable y única, no puedo sorprenderme pues todo lo conozco, todo a pasado alguna vez atreves de mí, incluso las palabras no pueden descubrirme objetiva o subjetivamente, no tengo dialéctica, ni posición sobre nada, ni de un fenómeno, ni de la unidad. Pero le veo aunque no me ve como yo miro todas las cosas, vacías. Y hablo, al hacerlo la figura se descompone antes sus ojos pues mi voz no es como ningún sonido que su oído pudo haber escuchado antes, ahora soy un circulo brillante que tintinea y se fractalisa por fracciones de tiempo que él tampoco es capaz de percibir.  Observo con cuidado el esparcimiento de moléculas súbitamente sobre los poros de su flojo organismo, en el si cabe la sorpresa como le cabe a los animales acicalarse en la tierra, este que piensa que piensa, me asume por este mismo método tan mal empleado por sus iguales, pretende que le responda en forma de revelación divina todo entendimiento que represento, su ideario teológico tan desprovisto de inteligencia no puede hacerle ver que yo no soy dios.