viernes, 14 de noviembre de 2014

Le escribí al tiempo, mientras éste sucedía.

Llegamos a las 6:00PM, después de una madrugada no muy cómoda, del viaje en autobús.
El olor es como lo recuerdo desde que, no recuerdo. Todo y nada, ha cambiado.
Temprano, corrí para alcanzar a la abuela en el mercado. Ya todos -a los que no les interesa o no debería- saben de nuestra llegada, de quién soy hija, nieta o sobrina.
No esperaba nada y nos recibió: chocolate con pan.
Acá, todo tiene un significado; el bailar, el celebrar, el convivir, el saludo. Los símbolos están en todos lados, en como nombran las cosas, desde lo natural hasta lo artificial.
Hablar zapoteco es un trabalenguas que se combina con el español a medias. El mestizaje es evidente, pero no dejan que las tradiciones y costumbres desaparezcan. Los usos siguen siendo los que mis abuelos practican. Los jóvenes solo imitan lo que, los se fueron y regresaron, traen “del norte”, en realidad, solo son vicios mal logrados.
Aquí predomina en abundancia la comida y el alcohol, aunque se notaran humildes siempre hay para tomar y comer, o eso parece.
No se siente, ni se acumula el cansancio, a pesar de que siempre hay algo que hacer. La comida implica una labor constante, como el guardar los sobrantes o reciclar para los animales o cuidar que otros también coman. En casa de abuela por ejemplo, hay gallos, guajolotes, toros, vacas, burros, cerdos y todos necesitamos alimento.
Entre otras cosas, abuela un día me dijo: “Ojala que las personas fueran como el maíz, pero no puedes desojarlos hasta ver de qué color son: si es amarillo, morado o blanco. La gente no es como la milpa.”