domingo, 14 de diciembre de 2014

Ya no quiero, ya no puedo.

Esos altibajos del alma, torcida, me están dando patadas en la vesícula que ya no tengo. A veces, quiero destruirlo todo, echarle la culpa a mis traumas y admitir que ya no puedo con la sensación de desasosiego de in-saciedad, de mala racha. Pero luego lo pienso, de verdad lo pienso, tanto que se me revientan las neuronas. En realidad, la vida nos brinda incalculables oportunidades de vivir. No de solo existir y ser porque ser, si no de disfrutar compañías, de encontrar afectos, de soñar sonrisas, de acariciar ideas. Eso aún no me ha cansado, aunque admita que el error está el acierto, porque al equivocarse uno aprende a no volver a fallar ahí mismo.
Me quedaron grabadas las palabras de un compañero, parafraseándolas, admitía que la búsqueda infinita era el amor, y que como en el budismo, la oración es el fin para propagarlo, y considero, no se trata de ese incesante balbuceo de repetida asignatura, si no los actos diarios que con verdadera integración a nuestra naturaleza podemos llegar a hacer para dar y recibir amor. Admito que a todos nos agrada ello, el darnos afecto, de motivarnos para y por los otros, esta terrible otredad que me causa horror y malos sueños. He de discutírmelo todo el tiempo (el que no existe), pero aquí estoy, pensado y escribiendo acerca de.