sábado, 17 de abril de 2010

Escribir en sábados por la mañana.

Un acto de convivir-beber.

No hay mejor día que cuando está llena la casa. El balbuceo constante, las risas, las quejas, la malicia, lo intelectual, la pobreza de espíritu, los espíritus renovados, los espíritus ausentes, los viejos, los jóvenes, los míos, propios, los tuyos, todos uniéndose como viento haciendo un huracán. No, no hay huracanes nunca aquí, brincos diera yo.
En cambio siempre hay eso de la comparación absurda con personajes lideres de creencias extrañas, complejas, que no entiendo pero entiendo mejor de otra forma que la cortamente poseen o en la misma que le adhiere lo general, quien sabe, no lo entiendo tal vez y ya. Así mismo siempre se presentan las sitas mal empleadas, entendidas y no desentendidas. Un concepto detrás de otro y más me rio.
Veo las sombras de discusiones que pudieron tener relevancia, tal vez hasta sentido. Museos, pinturas, literatura, nadie habla de música porque es algo que de lo que no saben por aquí… no, de esos temas no eran esas sombras. Y si lo fueron, siempre me ausento y miro hacia la ventana o a las esquinas donde un aparato siempre te seduce con su brillante idea de hacerte importante, al menos en un espacio como este.
Es extraño decirte perteneciente a un lugar… extraño, no, casual, común y muy básico. No me siento mejor por esto, no me da tranquilidad, ni estabilidad, pero sé que puedo llegar y no ser nada aquí o serlo todo e igual se me va a ignorar. Eso es lo mejor de los mejores días de aquí, eso hasta religioso, bien absurdo, como todo… lo que hay en mí.


Y bueno hoy leí al salir de aquella otra casa con vista invencible y con Goliat dentro, un poema de Benedetti que he leído ya repetidas veces, hoy lo pondré para que estas palabras que no debieron ser escritas pierdan ya de una vez todo el valor que pudieron haber poseído en otro día que no fuese hoy o nunca.



No cabe duda. Ésta es mi casa
aquí sucedo, aquí
me engaño inmensamente.
Ésta es mi casa detenida en el tiempo.

Llega el otoño y me defiende,
la primavera y me condena.
Tengo millones de huéspedes
que ríen y comen,
copulan y duermen,
juegan y piensan,
millones de huéspedes que se aburren
y tienen pesadillas y ataques de nervios.

No cabe duda. Ésta es mi casa.
Todos los perros y campanarios
pasan frente a ella.
Pero a mi casa la azotan los rayos
y un día se va a partir en dos.

Y yo no sabré dónde guarecerme
porque todas las puertas dan afuera del mundo.



Preguntarme qué pasa cuando me quitan la máscara es lo mismo que verme todos los días reflejada en vosotros, señores arlequines, todos los días. Tanta falsedad agota pero que divertida es.

No hay comentarios.: