Tengo una punzada en la espina, trata de recordarme las muchas cosas que hago en el ayer, trata de decirme que la experiencia más vivida fue en la oscuridad y a su vez en la luz. Duele de una forma extraordinaria.
Pienso que dios es un homosexual que ha decidido arrancarme la vagina y poseerme cuando me convierto en hombre y tengo nombre.
Todo deducido de la voz del universo que una vez me dijo:
-Puedes pasar por la puerta de Apolo, pero que nadie te siga, ni tu sombra-.
Llevo muchas noches despojándome de la sombra que me sigue, pero la muy estúpida pegada a mí, sigue diciéndome que no entre por ahí. Esa sombra está llena de razón y en vez de sólo seguirme actúa por mí.
No hay ritmo en mi, ni fuera de mi, y sin resígname escribiendo y hablando de cómo nos corrompemos por una botella de agua, me observo desde el umbral dónde nací.
Si condeno a mi aliento que en la mañana me dicta un proceso y aborrezco mi semblante que escuálido se arrastra entre las cobijas intentando no desbordarse, por qué no el todo que me rodea y que en un tiempo que no conozco “se traspasa a la nada que solemos ser siempre” ha de servir.
No entiendo cómo puedo tomarme un atributo tan estúpido de esencia y de palabra. Cómo puedo hablar de tanta idiotez y que ni mi mismo padre me detenga.
Definitivamente, dios es un homosexual que decido despojarme de vagina y ha hecho que una protuberancia me salga en medio de las piernas para sentirse mejor.
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