viernes, 20 de junio de 2014

De lo que no sé.

Dentro del pensamiento filosófico hay una fatalidad ininterrumpida; un rebuscamiento constante que se sumerge y muere con respecto al conocimiento en el que se adquiere y/o que se pretende utilizar para hacer un "nuevo" conocimiento. Esta fatalidad se contrapone al "común" y corriente conocimiento de aquellos alejados del aspecto teórico que representa el estudio filosófico; de esta forma "alejados" de este aspecto teórico se desarrollan en el mundo empírico, uno que puede ofrecer otro punto de vista del ser y que puede explicar con mayor fluidez la verdad tan buscada dentro de la pregunta del ‘porqué’ de los acontecimientos en la existencia, nuestras comunidades indígenas lo demuestran día a día y aún conservan esa sustancialidad. Aclarando que no por ser este conocimiento empírico, es mejor o contiene la absoluta verdad, como en algún momento de la historia de las ideas se definió. 
Heidegger menciona en uno de sus más importantes libros, la simpleza del vivir en la cotidianidad y del cómo este es irremplazable para que el conocimiento surja coherente y servil a los propósitos que se desarrollan en la filosofía, este autor se refiere a este estado cotidiano, como el "estar-el-uno-con-el-otro ocupado en el estar-en-el-mundo" (H. El Ser y el Tiempo), aunque evidentemente lo menciona de una manera más compleja de lo que se puede sugerir o citar.  Esta apología supone la trascendencia e impacto de la cotidianidad, a manera de una crítica (no criticismo) y como resultado de una vida filosófica real, que al contrario de su discurso, no es finita.

Para llegar al conocimiento, la mente está sometida a procesos y mecanismos que determinan la realidad de lo conocido (o el mundo), como el tiempo y el espacio que no se niegan, ni se adhieren a un devenir, si no que se vuelven parte de la realidad, aquella que es consecuencia de un espíritu propio e individual; así la verdad que se asoma en el instante de ese proceso y no en el del "mundo del conocimiento" o Topos Uranus (mundo que solo conocemos o creemos tomar el derecho de conocer un puñado de intelectuales), propone el ejercicio critico como la capacidad de existencia o vida, o mejor dicho como un aspecto menos ‘mentiroso’, en contra posición de esa fatalidad de la que insiste este trabajo intelectual en despojarse y que se espera dejen de lado los que también con ánimos de reír de estas mentiras, se distancien un poco de  su importante capacidad deductiva o imperiosa seguridad de sí mismos y/o de su intelecto. 
Se propone, sin embargo que aun ‘des-fatalizados’, estamos embarazados eternamente de saberes que conocemos por mera historia, por mera transparencia de los sucesos que si bien acontecieron, nunca los hemos vivido, ni sabremos si fueron ciertos; lo muerto de la filosofía que no dejamos morir nunca. No es por escepticismo o nihilismo (nihilismo del que conocen los intelectuales, no nihilistas de verdad) por lo que digo esto, es por la falsa sustancialidad de las cosas a las que estamos enajenados, porque lo mismo es la iglesia, que el fútbol y lo mismo que la institución filosófica, incluso cualquier institución, la cual aunque nos permite estar en un encuentro académico, o en dialogo sustancial, a su vez nos alinea de las formas más complejas dentro de los estándares bien definidos de las corrientes filosóficas, ya Foucault nos habló incasablemente de los mecanismos de poder. Es evidente, que no se puede dejar de lado, ciertas cuestiones, como en el caso de la escritura, que se establezcan bajo los principios de los discursos filosóficos; es así que nos quedamos suspendidos en un no-vivir, en eso muerto que repetimos a manera rezo, o bien viviendo algo que no damos por entendido nunca. Aclarando esto y que no soy un mesías, lo siguiente será decir que la única cosa que se puede asegurar es la decadencia del conocimiento, del cuerpo, del espíritu, y peor aún, la decadencia mental, estamos casi condenándonos a una muerte instantánea y no de una manera trágica, como los escritos homeristicos, porque ese tipo de tragedia se vive solamente. No hay cura para morir, la rencarnación es otra cosa y todo caso es un castigo para la ignorancia según la tendencia de la filosofía oriental.
Ese es precisamente el castigo de los pensadores actuales, caer en lo muerto del discurso filosófico y pretender re-vivir ese discurso en sus propias palabras. Comentemos el error de dictaminar los contenidos del conocimiento en abstracto y explicarlos como si fuera una necesidad del ser que se expulse hacia afuera el saber, es precisamente esa la reencarnación, comparable a la procreación, porque desde luego que debemos de establecer nuestra gestión autónoma, pero no por medio de otro ser (lo procreado) sino por la autonomía autárquica.
Sin determinar nada. Aquí estamos, pesando.

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